Como decía el presbítero de mi colegio:” Una persona debe de volverse siempre niño”, a lo cual concuerdo, puesto que no importa el número de años que uno tenga, sino importa la alegría de realizarse como persona, un niño no miente, es divertido, disfruta sus gratos momentos, así tenemos que ser nosotros, sentirnos como ellos, sin perder también nuestro grado de madurez, esto es solo un aporte, a lo que realmente somos, pues ahora tenemos una mentalidad más compleja, tenemos problemas que solucionar, actividades por hacer, congresos y/o debates por asistir, tenemos un tiempo topado, y si vamos más allá, podría ser que tengamos una familia a la cual cuidar, pero estos motivos no impiden nuestro retorno a ser como éramos “niños”, nunca lo hemos perdido, solo que está escondido en nosotros.
Por mi parte, buscó esa entidad y creo que hace poco lo encontré, pensaba que al pasar el tiempo, tendría que cambiar yo, pero era algo erróneo, puesto que todavía había algo dentro de mí que me decía: No seas algo que en realidad no eres, gracias a ello me di cuenta que cambio no hay. Si no es la cristalización de una persona que según las etapas pasa, pero no se olvida de lo que realmente es, y me quedo con lo que se narra en este libro: El adulto perfecto es el que ha alcanzado la armonía con el niño que siempre vivirá en su interior.
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